ESTADIA EN LA LUNA

Oí un débil sonido, algo como un grito lejano llamándome. Estaba muy confuso y comencé a recobrarme con lentitud. Fue como si saliese de una larga siesta. Yacía en una de las esquinas de un recinto traslucido.
Más precisamente estaba a caballo, sobre una especie de riel negro, con la espalda doblada y la cabeza hacia abajo, sostenida por sendos brazos negros, también de goma. Completamente inmovilizado.
Forcejeé un poco, pero nada. Había comenzado a dolerme todo el cuerpo, en particular la espalda, cuando vi un pulsador rojo, tipo hongo, cerca de mi mano derecha. Estaba bastante apartado. ¿Por qué tanto? Sin embargo en un extremo esfuerzo logré oprimirlo. Los apoyos movidos por una máquina hidráulica se abrieron y quedé liberado.
Estiré brazos y piernas e hice algunas flexiones.
¡Estaba libre al fin! Eso es lo que pensé en ese momento.
Miré el sitio donde me encontraba, un prisma de cuatro por dos metros de base y otros dos de alto. Parecía de vidrio o plástico.
Hacía un largo día de sol fuerte, no veía bien el cielo. Una pared transparente me permitía ver un paisaje gris, un extensísimo desierto muy irregular, sin montañas altas, que se extendía hasta el horizonte borroso.
Sobre una pared había impreso un instructivo, decía: «Importante, lea con cuidado». Por él deslicé la vista, leyendo en diagonal, me detuve cuando hablaba de agua. Señalaba un recipiente rectangular, con un vaso y un pico sin grifo. Decía «Agua potable. Pulse para llenar el vaso.
Máximo uno cada dos horas». Tomé el vaso, lo coloqué debajo del pico y oprimí el botón negro donde indicaba. El agua fresca lo llenó lentamente.
La consumí de una vez. Volví a colocar el vaso y pulsé pero nada sucedió, pulsé dos o tres veces, igual.
Continuaba oyendo de tanto en tanto algún grito lejano cuya procedencia no lograba identificar por más que miré hacia afuera, hacia el borroso desierto.
El día se alargaba, dormité, creo. Como no tenía reloj y no había nada que se modificara, ni siquiera la sombra, no podía estimar el transcurso del tiempo.
No sabía cuánto hacía que había despertado, parecía mucho, busqué en las paredes intentando ubicar un placar o algo que tuviese ropa de cama, pero no vi nada, traté de recostarme contra la pared, sentándome en el piso y estuve así un rato. Debo de haber vuelto a dormirme. Por un buen rato, pienso, pues desperté con mucha hambre.
Nadie venía a traerme comida, recordé el instructivo y volví a leer rápido, hasta que me detuve en comida. Consistía, como era de esperarse en otro vaso, salvo que al pulsar, por el grifo salía un líquido verde, bastante espeso. Una vez finalizada mi “comida” volví al instructivo y
decía «Mínimo, pulsar cada cuatro horas» más tarde descubriría que los colores del líquido cambiaban en múltiplos de cuatro, así como su gusto y textura.
Después de un inconmensurable periodo de tiempo y de tanto recorrer el pequeño perímetro encontré la cama, tan solo un rectángulo más blando en el piso.
Agudicé el oído cuando escuché nuevamente los gritos sordos, venían desde el interior de mí jaula. Luego de algunos intentos espaciados logré visualizar unos auriculares, desde allí salía el sonido. Los introduje en mis oídos y hablé:
―Hola, hola.
―Hola ―respondió una voz con tono de reproche―. ¿Por qué no lees el instructivo? Hace una semana que trato de comunicarme contigo.
―¿Cómo una semana? Siempre es de día, ¿no oscurece nunca aquí?
―¿Tú por qué estás preso?
―¿Estoy preso? No sé cómo llegué aquí.
―Pues lee el instructivo, para estar aquí tienes que estar condenado por diez años al menos. No es para preocuparte, todos llegamos así, nos envían inconscientes durante el viaje.
―No he dejado de sentirme mal desde que llegué, pero recuerdo sí que salí del sitio ese, con el juez, dicen que maté a alguien, pero no soy culpable, es un error.
―Ahórrate eso, nadie te escucha. Por otra parte, yo y los otros tres presos de este módulo pensamos que eres culpable, como nosotros somos culpables.
―Claro que lo somos ―dijo otra voz.
―Aunque me respondas que lea el instructivo, ¿dónde estamos?
―En la luna, hermano. No me digas que no sientes el efecto de la gravedad.
―Sí, pensé que tenía más fuerza ―rio por primera vez desde que  estaba ahí―. ¿Por qué no veo la Tierra? ¿Estamos en tierra nueva? ¿O no la vemos porque es de día? De todas maneras, igual debería verse.
―¿Tierra nueva? ¿Qué quieres decir?
―Bueno, como luna nueva, tú sabes, esas noches en la tierra donde no se ve la Luna.
―Estamos en la cara oculta ¡Ah! ya verás la noche. Un día completo dura lo que un ciclo lunar, poco menos de un mes. Ya lo comprobaremos.
―¿Cuánto hace que estás aquí?
―El mismo tiempo que tú. Solo que he despertado un rato antes y
traté de informarme.
―¡La Luna! Cuántas veces con el pretexto de fotografiarla nos escabullimos una chica y yo de esos grupos de jóvenes que suelen formarse. También es cierto que disfrutaba de las imágenes que lograba.
Poseo una amplia colección de fotos. Somos tantos los coleccionistas de fotos de la luna. ¡Qué lejanas imágenes ahora!
―¿Qué te has traído de compañía? ¿Una cámara? Te dieron a elegir antes del viaje, ¿recuerdas? Todos nosotros elegimos un kindle.
―Yo elegí la biblia ―dijo una voz que no había oído aún.
No. No, lo dije en broma, no entendía lo que me pedían. El sombrero
de copa. Por favor. No. Lo estoy viendo ahí colgado.

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JESÚS, LA IGLESIA Y EL POSMODERNISMO

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