1959 INUNDACIONES
Mi cuarto año de escuela. Llovió el doble de lo previsto
como máxima crecida milenaria y el agua desbordó los estoicos diques.
El líquido barroso se apoderó de
varias manzanas y anegó la primera casa de mi cuadra, donde asomaba un muro.
Pescador empedernido, se sentó sobre él, caña en mano y lanzó la plomada lejos.
—Andrade, no va a pescar nada —le dijeron.
—Lo sé —respondió— pero podré contar que estuve pescando
desde la esquina de mi casa.
Lenta y cruel la crecida llegó
hasta la vivienda vecina agigantando el drama de una ciudad entera.
Veinte años después, como jefe de
planta, escucharía decir a los últimos trabajadores que abandonaron la represa:
«miramos desde el helicóptero, pensando que la veíamos por última vez»
Hoy en las noticias veo niños y
ancianos desalojados. Lo sé, debería mostrar un giro en la historia que narro,
pero todo continúa igual, excepto nosotros.
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